Friday, October 7, 2011

Inquilino

            La noche se prende y yo me prendo con ella. Últimamente ha sido así, trabajo y trabajo y pienso y pienso y es mi dueño quien me mantiene así, sin descanso. Yo no duermo, ni siquiera cuando caen las luces y él se recuesta. Se podría decir que mi casero me cobra la estancia. Mi casero me cobra caro, pero no hay otro edificio para mí. Esta noche perpetua es igual a las pasadas. Yo solamente intento matar el tiempo en mi pequeño cuarto blanquecino. Un color blanco que quiere ser amarillo.

            El calor es agobiante especialmente en estas fechas. Da igual qué cuarto te dé el casero, en el verano la temperatura sube exorbitantemente. Confinado a este lugar, donde tengo que vivir hasta mi muerte, el brutal calor me asfixia. Los demás inquilinos y el casero se quejan también. No hay excepciones. En estas noches el casero me molesta constantemente, poniéndome a trabajar porque él no puede conciliar el sueño. Me debería tener más consideración pues no podría vivir un minuto sin mí. Él es yo y yo soy él, así de simple.

            Y tristemente no es así con todos los inquilinos. Hace tiempo el casero estuvo muy enfermo a causa de uno de ellos. Tuvo fiebre y le dolía mucho el bajo vientre. Un día incluso decidió no salir de la cama pues todo movimiento brusco le causaba un agudo dolor. Tal vez el inquilino quería atención, tal vez sus quejas nunca fueron escuchadas. El casero hizo que un grupo de otros caseros sacaran a su molesto inquilino. No sé cuánto tiempo vivió fuera del edificio, pero no creo que haya sido mucho. Pero a mí no puede sacarme. Ni a mí ni a mi amigo.

            Yo vivo en lo que se podría llamar un penthouse, aunque como mi cuarto no posee ventanas ese nombre le hace demasiada justicia. Mis vecinos de un piso abajo, ellos sí tienen una vista perfecta y un par de persianas muy eficaces, que abren y cierran rápidamente y de un color café apiñonado hermoso. Mi amigo vive más abajo. Él se encarga de suministrar el sustento a todo el edificio, a los inquilinos y al casero. Su habitación parece más una jaula, barrotes horizontales del mismo color blanco amarillo que la mía. Vive con dos compañeros de cuarto, hermanos que se encargan de la ventilación del edificio. Ninguno de ellos puede ser desalojado, aunque modestia aparte no son tan importantes como yo. Yo soy el líder de los inquilinos y soy yo quien les dice qué hacer.

            Esta noche es muy calorosa, más aún que anoche y antenoche. No es dolor exactamente, pero sí siento punzadas. Punzadas por aquí y por allá, a través de toda mi largura y anchura. Siento punzadas dentro de mí también, como alfileres que se clavan en mí y se insertan más y más adentro. Mi amigo se mueve en un vaivén frenético y sus compañeros de cuarto intentan seguirle el paso. El edificio está muy caliente, más aún que aquella vez cuando el casero hizo que unos inquilinos de más abajo donaran su producción de líquido, fuera lo que fuera, al edificio de otra casera.

            Quejas vienen y van mientras el casero mira el reloj. Las once con treinta y siete minutos decimos al unísono. El casero ordena: “los golpes han de cesar” pero mi amigo se sigue moviendo rápidamente a pesar de las señales que le envío para que se calme. Con cada movimiento crea un sonido y ellos en conjunto parecen incluso formar una melodía. Tres negras tres blancas tres negras. El mismo tono en todas y luego silencio por un momento. Tres negras tres blancas tres negras.

La temperatura sigue aumentando en todo el edificio, especialmente en el lado izquierdo. Es como si esa parte de la construcción, una estructura colgante, se prendiera en llamas. Llego hasta a pensar que un olor a quemado emana de la estructura. Once con cincuenta y siete y el olor sigue intensificándose pero cambia. Ahora me parece percibir un olor a gas, como si una estufa tuviera una fuga. El casero está ido todavía pero intenta quitarse el estupor. No hay estufas en el edificio, así que este olor debe venir del exterior. El casero despierta por completo y todos despertamos con él. Existe una alerta y el casero se desplaza hasta la pequeña cocina del pequeño departamento donde vive.

El reloj marca los treinta y cuatro minutos de un nuevo día y la estructura sigue incrementando su temperatura incluso después de que todos regresamos a la cama sin encontrar fuga alguna. El cansancio invade al casero una vez más, pero entre el calor que sigue generando la estructura y todos los pensamientos que él genera en mí no puede conciliar el sueño. Transcurren ochenta y dos minutos más antes que el cansancio por fin noquee al casero.

No es exactamente como ver una película. Es más bien una experiencia en la que no estás lúcido completamente y ves imágenes enfrente de ti y atrás de ti y a tus lados también. A veces las sensaciones llegan a ser demasiado vívidas. En otras ocasiones solamente observas estas simples imágenes. Recuerdos o situaciones ilógicas y bizarras. Lo común y lo ordinario o lo contrario. Esta vez puedo ver al casero haciendo desplazar al edificio, como lo hace cada mañana. La angosta callejuela por la que va es tan real, tan palpable, que creo que la noche ha terminado y éste es el comienzo de un nuevo día. A veces las sensaciones llegan a ser tan vívidas que, como un choque eléctrico, regreso a la realidad.

Mi realidad es dolor. Todo mi penthouse es mecido por un muy fuerte golpe que me deja inconsciente y, aún así, una parte de mí se mantiene despierta. O dormida, no estoy seguro. El edificio, después de haberse estado moviendo a una velocidad considerable, se detiene en seco y se desploma. Toda la pared trasera del edificio siente el frío pavimento de esa callejuela matutina, la callejuela por la que el casero siempre dirige al edificio en su afán de mantenerlo funcional. La construcción inmóvil, el casero ausente y los inquilinos atrapados. Atrapados.

Mi parte consciente ve a los caseros. El primero, quien blande un palo de madera e hizo colapsar al edificio, y el segundo, que lleva una pequeña mochila y una hielera. El mensaje que mi amigo ha estado mandando, esa melodía de solamente un tono, se incrementa mientras la pared de enfrente del edificio se resquebraja. Cuando por fin se detiene e inmóvil es removido lo único que puedo hacer es asombrarme con su nuevo cuarto, de un puro y fuerte blanco. Un cuarto errante que le llevará a lo desconocido.

Short Story. October, 2011.

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